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El Artista de la Muerte



Autor: E.J, Villarreal
Ranking en Amazon: #492017 (ayer: #281702)
Páginas: 99

Descripción:
Un asesino en serie aterroriza la ciudad de Monterrey. El modus operandi es el mismo. Después de matar a sus víctimas, el asesino-- quien se hace llamar El Artista-- usa la piel de sus víctimas para dibujar sus obras de arte. Desesperado por encontrar al asesino y detener el terror, el Comandante Manuel Sánchez decide reclutar a su amigo, el reportero Alex Córdova. Pero el Artista es más astuto de lo que ambos esperaban, y no tiene pensado detenerse. La cacería comienza. Es un juego mortal.

En esta novela corta (71 páginas), E.J. Villarreal introduce a Alex Córdova, un reportero independiente en una ciudad azotada por el crimen.

Del primer capítulo...



El Asesino entró por la puerta del frente usando la llave que estaba escondida en la maseta junto a la puerta. Al entrar, encendió la luz, la cual iluminó el recibidor. Afuera, la oscuridad y el silencio reinaban. La mayoría de la gente en la ciudad de Monterrey dormía.


El Asesino miró con desprecio las paredes vacías. Su nombre era Leonardo Carvaggio. O al menos, ese era su nombre artístico. Un poco cursi, quizá. No muy original, cierto. Pero era una combinación de los nombres de dos de sus héroes. Hombres que verdaderamente admiraba. Hombres que habían estado muy por encima de los demás humanos de sus épocas.


Al igual que él.


Usar sus nombres era como de alguna manera sentir su genio dentro de él mismo. Su nombre real no importaba, ese había quedado en el pasado, totalmente olvidado y enterrado en algún lugar de su mente.


Caminó hacia el siguiente cuarto, seguro de sí mismo. No era la primera vez que hacía algo similar, así que aunque sentía el nerviosismo normal que se apodera del cuerpo cuando está excitado, ahora lograba controlarse mucho mejor que al principio, cuando comenzó a hacer sus obras de arte.


Encendió la luz del comedor. Miró a su alrededor y sintió náuseas. La mesa y los sillones no combinaban. Los sillones eran rústicos mientras que la mesa era plegable, de plástico. ¿Qué clase de persona compraba una mesa de plástico para unos sillones de madera? Las paredes eran color blanco y no tenían ni un triste cuadro, no había absolutamente nada que las adornara, como si fuera una casa abandonada.


Una casa abandonada, pensó Leonardo y sonrió. Pronto lo estaría.


Leonardo miró a su alrededor y crujió los dientes. Sintió un repentino deseo de llenar toda la casa de gasolina y prenderle fuego. En su carro, en la parte de atrás, tenía suficiente gasolina como para encender la casa fácilmente. También tenía dos granadas. A veces se preguntaba qué pasaría si un policía lo parara y le pidiera inspeccionar su auto. Tendría que deshacerse del policía, sin duda, lo cual sería algo lamentable, pues Leonardo prefería hacer las cosas con tiempo, con planeación. Si no había suficiente tiempo, entonces no podía saborear la situación de la misma manera.


Resistió el impulso de incendiar todo. 


Los impulsos son la señal del novato, pensó.


Además, él era, principalmente, un creador. No un destructor.


Aunque algunas veces, para poder crear, algo debe morir.


Como hoy.




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