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EL SEXO MANDAMIENTO



Autor: ERLANTZ GAMBOA
Ranking en Amazon: #0 (ayer: #0)
Páginas: 205

Descripción:
Estas palabras habló Jehová...
... y las escribió en dos tablas de piedra...
Deuteronomio 5:22
Quedaron grabadas en piedra, para que perdurasen y pudieran ser leídas, aprendidas, recordadas y seguidas por las generaciones venideras. El tiempo ha desbastado la piedra, y los mandamientos han volado con el viento, sin dejar huella; por lo que hoy parece que fueron escritos en el agua de algún arroyo que murió en el mar.
Dios, al ser espíritu, olvidó que hizo al hombre de carne, así como lo que esto suponía. Si le dio lengua, fue para hablar; si le dio piernas, fue para caminar. ¿Entonces, por qué le dio algo que le prohibió usar? ¿O en las tablas no escribió lo que les leyó Moisés? ¿Por qué puso tanto énfasis en prohibir una necesidad fisiológica? No escribió: ?no beberás alcohol?, siendo éste un grave problema ya en aquel tiempo, motivo de riñas y muertes.
Esta novela es más bien un ensayo sobre una obsesión. Y digo ensayo, porque hay un tema en exclusiva, por mucho que en la vida de todo ser humano los temas sean variados. Pero analizo una parcela de su esencia, así que cualquier otro momento en la vida del protagonista podría ser tratado aparte, y estimo que carecería de importancia.
No podía distinguir bien al hombre, al menos hasta que se colocó sobre su compañera. Antes, ella se había levantado la falda y quitado la braga. No lograba apreciar detalles desde la altura y distancia del campanario, pero percibía en lo general qué estaba haciendo la mujer.
-¡Santo Dios!- exclamó Ernesto, con los ojos fijos en el seto y la cabeza dándole vueltas-. Van a... fornicar ahí mismo, ante mis ojos.
La pareja arribaba al motel forestal con apremio, probablemente el de terminar antes de que les alcanzase la noche. La maleza les ocultaba de los niños que jugaban en el prado, y no suponían que el "cielo" les observase. El hombre se puso sobre ella, y comenzó a moverse rítmicamente.
Ernesto cerró los ojos. Era la primera vez que veía lo que escuchaba en confesión y su instinto recreaba cada noche. Abrió presto los ojos, cuando calculó que ya habrían acabado y abandonado la enramada. Pero él no era experto en los tiempos sexuales, y aún seguían en el pequeño claro, con obstinado ahínco. Casi no definía a la mujer y parcialmente al hombre, pero la parte visible, un nítido trasero desnudo, le daba perfecta idea de todo lo demás. Presintió que su libido le iba a traicionar, y en aquella circunstancia no lo motivaba la mórbida blandura del colchón o el silencio de la noche.
-¡Oh, Dios!- exclamó de nuevo, a la vez que buscaba la protección de la escalera.





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