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La situación humana a la luz del Evangelio (Ciclo A)



Autor: Adolfo Galeano
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Páginas: 146

Descripción:
Breve historia del Ministerio de la predicación
La predicación cristiana se enraíza en el anuncio del Reino que hi­zo el Señor, el cual a su vez, tiene su antecedente, de alguna manera, en la predicación de los profetas de Israel. Por su parte, los apóstoles con­tinuaron la proclamación de Jesús, pero determinados ya por el mis­terio pascual. Además de esta influencia interior en la predicación crist­iana, se debe resaltar que la forma de tal predicación estuvo también influenciada por los comentarios a los textos bíblicos que se ha­cían en las sinagogas y por la tradición de la oratoria clásica griega y ro­mana.
Por la Didajé sabemos que en los años que siguieron a la era apos­tó­lica existían predicadores itinerantes y que la predicación era parte in­tegrante de la celebración de la Eucaristía. En el siglo III, Orí­genes establece lo que será la forma clásica de la homilía durante mu­chos siglos, haciendo la exégesis de la Escritura versículo tras versículo y aplicando un texto de la Escritura a la vida de los fieles. En la era pa­trística se tiene clara conciencia de que la predicación es prerroga­tiv­a de los obispos, aunque ellos podían delegarla, y a partir del siglo V se difundió la práctica de llamar sacerdotes a predicar, en lugar del obispo. Después de Orígenes, el padre de Oriente que más influyó en el desarrollo de la homilía fue san Juan Crisóstomo, llamado el patrón de los predicadores cristianos.
El Oriente siguió la forma de predicación homilética, mientras que en el Occidente pronto apareció la forma del sermón. Así, mientras la ho­milía explicaba el texto evangélico y lo aplicaba a la situación, el serm­ón latino exponía una doctrina o desarrollaba un determinado pen­samiento. En Occidente y más concretamente en el Africa latina apa­reció el tratado más antiguo que se tiene sobre el arte de la predi­ca­­ción y uno de los que más han influido en la práctica de la Iglesia. Es el ?De doctrina christiana? de san Agustín. Con él, la predicación occidental llega a su apogeo y él mismo se convierte en el paradigma del predicador cristiano. Después de san Agustín van a aparecer otros text­os y manuales para el uso de los predicadores. Tales fueron El ser­mo­nario, atribuido a Fulgencio de Ruspe (m. 532-3) y la Regula Pastoralis de san Gregorio Magno (m. 604), quien dedica casi las dos ter­ceras partes a enseñar al clero cómo predicar. A partir del siglo VI comienzan a aparecer los homiliarios patrísticos, que eran co­leccio­nes de homilías y sermones de los padres organizados siguiendo el año litúrgico. Esta práctica se extendió durante toda la época caro­lingia, que vio aparecer numerosos homiliarios, pues la política ecle­siás­tica imperial se propuso promover la predicación mediante normas fijadas por los numerosos concilios regionales que por en­ton­ces se realizaron.
En la segunda mitad del siglo XII se comenzó a pasar del sermón pro­piamente medieval al sermón escolástico, cuando la dialéctica do­mi­nó el que hacer teológico. Con todo, ya desde el siglo XI se estaba pres­entando el fenómeno de la predicación laical itinerante. Se trataba de movimientos laicos que buscaban la renovación de la Iglesia me-
diante la vida común, la pobreza y la predicación itinerante. Es preciso ten­er también en cuenta la predicación monacal que, aunque fue muy res­tringida por muchos concilios y algunos Papas, tuvo destacados pre­dicadores, entre los que sobresalen san Bernardo de Clairvaux y al­gunos de los misioneros entre los bárbaros.
Los siglos XIII y XIV será una de las épocas de mayor florecimiento de la predicación cristiana. A ello contribuyó no poco el movimiento re­ligioso laical con su predicación penitencial y su exhortación moral. Este movimiento que tomó muy a menudo características propiamente her­éticas, fue polarizado y orientado dentro de la Iglesia por las fi­guras de Francisco de Asís y Domingo de Guzmán. En el caso de Fran­cisco, la predicación la hacían los laicos igual que los clérigos, pe­ro se tratab





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