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El misterio de los creadores de sombras, Parte 4 de 6



Autor: J. K. Vélez
Ranking en Amazon: #975677 (ayer: #975267)
Páginas: 85

Descripción:
El misterio de los creadores de sombras, Parte 4 de 6

EL EXTRAÑO DÍA EN QUE TE DUPLIQUÉ

Eran las dos de la mañana. Wanda cogía el sueño con una facilidad pasmosa. Llevaba roncando suavemente desde medianoche. Pero Alice no conseguía dormirse. Ya no era que Patty hubiera dejado de existir, que Gandalf volviera a estar vivo o que el padre de Thomas hubiera sido asesinado. Es que, además de todo eso, ella estaba empezando a hacer cosas que luego no recordaba haber hecho. Porque hacía cinco minutos se había levantado de la cama para ir al baño y al volver a su cuarto se había encontrado en la mesita tres vasos de diferentes tamaños, unos dentro de otros a la guisa de las matrioskas. Sabía a ciencia cierta que los había cogido de su cocina, antes de acostarse, porque tenía un eco de ello en su conciencia y en su memoria, pero no sabía con qué propósito había hecho tal cosa.

Kiwi entró corriendo en su habitación y Alice dio un respingo. Por lo general dormía a los pies de Wanda y no hacía aparición por su cuarto hasta el amanecer.
El gato se subió al escritorio y se puso a rascar la ventana, atacado.
? ¿Necesitas un poco de aire, bicho?
El gato la miró con sus ojos inescrutables, sin dejar de arañar el cristal, frenético.
? Si te pusiera una bayeta en cada pata me podrías limpiar el piso.
El gato seguía a lo suyo. Su cuerpo entero clamaba "abre, abre, abre".
Alice le dio el gusto. Se inclinó un poco y al tirar de la hoja hacia arriba, algo pasó de pronto junto a su oreja. Tardó sólo un momento en darse cuenta de que Kiwi se había tirado al vacío.
Ahogó un grito y se asomó. Su gato aún estaba cayendo pues Alice vivía en un séptimo.
No fue capaz de apartar la vista. Y gracias a ello no se perdió tan singular escena.
El animal se valía del viento, en lugar de caer volaba, y su vuelo lo llevó a la copa de un frondoso árbol. Alice contempló boquiabierta como se movían las hojas conforme bajaba por el árbol y un momento después su gato saltaba al suelo y salía corriendo calle abajo sano y salvo.


Ruben y su madre esperaban angustiados a que Kim y el padre regresaran de urgencias. Timotea estaba tumbada en el suelo, tranquila, como si la tensión del momento no fuera con ella.
El señor Aubery había llamado cinco veces para tranquilizarlos. Kim estaba bien. Ya le habían hecho la pertinentes curas, le habían puesto la vacuna del tétanos, le habían dado cita para ponerle también la antirrábica y en cualquier momento les dejarían marcharse.
Ruben había puesto la tele para matar el tiempo y se habían enterado del último asesinato del criminal. Esta vez había dado un paso más, asesinando a un vecino en la propia ciudad, no en las carreteras de acceso a Bruceville, como hasta el momento había sido su modus operandi.
De vez en cuando la madre de Ruben acariciaba a Timo y le decía lo orgullosa que estaba de ella, la perra más valiente del mundo, que había protegido a Kim de aquel perro callejero que la había atacado.





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