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Un comienzo para un final, Parte 1 de 5



Autor: J. K. Vélez
Ranking en Amazon: #0 (ayer: #0)
Páginas: 76

Descripción:
I


Y allí estaba Esteban, llorando ante su tumba, preguntándose qué hubiera podido hacer para salvarle la vida.

Aquel verano podía haber acabado de muchas formas, pero jamás habría imaginado un final semejante.

Ahora todo era distinto. Él mismo ya no era el mismo, y ya no lo sería nunca más.

Sintió la mano en su hombro y trató de serenarse.

Una vez lo consiguió, echó una última mirada a la tierra removida, y, desde lo más profundo de su ser, una voz rota, la suya, dijo adiós, amigo, adiós.

Luego, simplemente, salieron de allí.







II


Todo empezó hace tres meses.

Conozco a Esteban desde hace muchos años. Puedo decir que no creo que haya quien lo conozca mejor que yo. Cuando Esteban está deprimido, yo lo sé. Cuando Esteban está fingiendo estar estupendamente para que yo no sepa que está deprimido, yo lo sé. Cuando Esteban está exultante, para que no se note que está fingiendo estar estupendamente para que yo no sepa que está deprimido, yo lo sé. Hasta cuando Esteban está espléndido para que se me pase por alto que está exultante para que no se note que está fingiendo estar estupendamente para que yo no sepa que está deprimido, yo lo sé.

Por eso, cuando entró en la redacción aquella mañana de Junio, saludando efusivamente, sonriendo a todo el mundo, amigos, enemigos y simpatizantes, convertido su andar en una danza, como si en lugar de llevar un periódico en las manos fuera el alegre portador de una compresa súper absorbente y se preguntara a qué huelen las cosas que no huelen, un instinto, que tiene muy poco de divino, me dijo que se avecinaba tormenta en la vida de Esteban, y por ende en la mía propia, que para eso soy su íntima, su pañuelo de lágrimas perfumado, su frasquito de esencias naturales, su regalo sorpresa y pelín detestable de cumpleaños, su bruja de nariz retorcida y rebelde obsequio en la tómbola de la Asociación Pluriestética, su bola de cristal mellado, su magia... y su escoba, para recoger los restos.

Cuando al pasar por delante de mi mesa me ignoró por completo, mis sospechas se vieron confirmadas. Conoce mis dotes de observación tan bien como yo conozco sus ataques de esplendor depresivo. Aproveché el café de las 10 para acorralarlo contra la máquina, cuando fue a buscar el suyo.

? ¿Qué ha pasado?

? Se ha acabado el azúcar.

? ¿Y qué más?

? Solo quedan dos vasitos.

? Vale. A ver así. ¿Qué te ha pasado en el periodo de tiempo que va desde ayer a las seis de la tarde, momento en que abandonaste la redacción, a esta mañana, ocho treinta, momento en que has traspasado el umbral de esa puerta flotando entre nubes de algodón de azúcar?

Su silencio me atravesó con la fuerza de un arpón (lanzado con fuerza).

No se le ocurrió ninguna respuesta rápida. Ninguna réplica cortante o divertida.

Solo me miró, acomodado en un silencio punzante (punzante de arpón, lanzado con fuerza) y una sonrisa triste en los labios.

? Vaya, eso es terrible ?hube de decir.

? No te adelantes, aún no he contestado ?contestó.

? Estaba ensayando ?repliqué.

Me esquivó con muy poco tacto y se dirigió a su mesa, sonriendo a todo el mundo. Una muy mala señal. Le seguí porque se supone que es lo que debe hacer una buena amiga, pero ya estaba un poco harta de tener que sacarle las confesiones jugosas por la fuerza.





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